sábado, 20 de junio de 2009

Petit Mal, ni máquina ni individuo:
Autonomía del deseo




Peti
t Mal es título homónimo a una obra-robótica realizada por el artista, teórico, pro
fesor y curador australiano, Simon Penny. El constructo implica la relación espacial –interactiva- con el cuerpo humano, una sinestesia entre inteligencias, humana y la obra de arte –verdaderamente- autónoma: Una vez materializada su propuesta, se aprecia una estructura mecánica que consta de dos llantas de bicicleta unidos por un axis, y en la parte baja un doble péndulo de aluminio, que también funge como centro o eje para mantener el equilibrio en sus actividades o comportamiento, con evidentes aplicaciones de las leyes newtonianas; la dinámica propia, en relación a otro cuerpo es posible a partir de sensores de movimiento.

La exposición encuentra su sentido museográfico, a partir de las mismas premisas que la obra homónima: El ordenamiento espacial de las doce piezas, la organización de las ideas materializadas sobre inquietudes de distintos autores; semejante a un cadáver exquisito, por el ensamblaje de diversos modos de expresiones artísticas. Con un resultado armonioso, se ha logrado integrar la pluralidad con el fin de exponer una temática. Esta estructura interdisciplinaria, sin duda, resulta atractiva para un –muy- amplio sector social: Por medio de animaciones, música, robótica, video, collage se infiere en lo mundano y los signos presentes son detonantes para la cavilación filosófica. Contiene elementos, anécdotas o escenas curiosas, simpáticas o hasta bizarras, según la perspectiva del espectador, al que le resulta difícil apartar su mirada y abandonar una fascinación por los objetos presentes: La mayoría de los asistentes, no dudan en tomar fotografías o videograbar el futuro anticipado; debido a que no podemos olvidar que, en ese despliegue tecnológico, a su vez, redescubre una fantasía colectiva que ha maravillado a la gente a través de la historia, el futuro o la posibilidad del asombro a partir de la creación humana y su potencial.

En su dinamismo no se soslaya el sentido de lo estético; sorprende, fascina, especialmente, al tratarse de máquinas que transmiten un sentido de lo vital, con una sincronía propia o diacrónico respecto a la mortalidad orgánica; el efecto de lo semejante con lo semejante, leyes explicitas de la física, o resquicios de ellas en nuestra mente, provocan la rememoración de aquellos años escolares, p. e. “A toda reacción corresponde una reacción...” En el entrecruzamiento de estímulos, existen otros elementos que provocan movimientos, ya sea al ritmo de la música, de los rayos solares, etc. Una expresión de lo ultramoderno, tratado en la literatura, televisión, películas, o cualquier otra posibilidad de manifestación creativa, mediante un sinfín de recursos materiales y tecnológicos.

La pieza inaugural de Petit mal, es creación del artista Chico MacMurtrie, títulada Inflatable Bodies, y domina prácticamente el espacio de la primera sala: Explora las posibilidades robóticas en el arte mediante la unión de dos delgados pero largos conos (aprox. 4 m. en total) y da como resultado una figura que asemeja una enorme “M”. Una dispuesta detrás de la otra, de manera no-lineal, como si se tratara de una parvada de aves; una vez que los sensores de movimiento han sido activados, evoca el vuelo y el modo de desplegar sus alas. Termina por recrearse un espacio lúdico y poético; los asistentes como parte fundamental del mundo al que se suscribe ese constructo, ya que ejercen el rol de constante y variable, en un medio ambiente “X”. La presencia humana, los cuerpos, tienen la facultad de “alterar” el estado de reposo y, de alguna manera, dirigir el ritmo y movimiento de la obra. Sin embargo, considero, se debió hacer explícita la inclusión del público o, mejor dicho, menciono esto para sugerir al –futuro- visitante ser cómplices, no sólo desde la contemplación, sino en la considerada invasión, trasgresión y perversión del sentido tradicional de El Museo y la obra de arte, al que se ha acostumbrado aproximarse desde un cerco físico o imaginario que prevé mantener alejado a la gente a una distancia “prudente”. En todo caso, la intención y objetivo de la narrativa museística, a través de las diversas obras expuestas, es la concatenación de elementos, cuerpos en un ensanchamiento de libertad, el hábito, la mecanización y la relación causa-efecto.

Otra impresionante obra, no sólo por su tamaño, el cual es bastante considerable sin tomar en cuenta que se trata de una grúa de acero con un sistema hidráulico que le permite cambiar del estado de reposo en el que se expone, para alcanzar otra altura y ser expresión del acontecer en el arte contemporáneo: Hi ‘n’ Lo, una escultura en movimiento. Baila, es una grúa, es una pieza de arte, se des-fetichiza. También es un Low rider, un modo de manifestación cultural de hibridación mexicana y estadounidense que consiste en modificar carros clásicos, para integrar otras funciones, como el movimiento de rebote. Esta obra, hizo gala de su potencia, de su admirable estética y, literalmente, de gran altura, en un performance en el patio del Museo Universitario de Arte Contemporáneo, en el marco de la exposición Petit Mal.

En la pluralidad de juegos de lenguaje, la exposición discurre sobre la metonimia de fenómenos orgánicos que nos confieren una marca, un rasgo (radical) por el cual nos distinguimos, comprendemos y realizamos como ser: El uno, los únicos, o la imposibilidad de repetirnos fuera del orden de lo que acontece en ese cuerpo: La parte por el todo / el todo por la parte o nuestra incapacidad e impedimento para reiterarnos (o 'algo' que consideramos “nuestro”) en lo impropio, en algo ”ajeno”.... Pero, bajo esa premisa, ¿Qué es el cuerpo propio, llamado propio? ¿Aquellos signos o cualidades que nos hacen comprendernos individuo, con la seguridad de lo auténtico y, en rigor, ser no-repetible? Aquello “inexplicable”, indecible, “inescrutable”, misterioso, con una autonomía y emancipación –tan- irreductible que se escapa al poder explicativo de cualquier ciencia, pensamiento, idea… búsqueda y negación de una palabra que sea capaz de detentar y atentar contra el sentido de aquello que nos condiciona y nos identifica en la exégesis de la libertad, derivada y derivativa de el ser, auto-gestionándonos (orgullosos) idealmente como una singular indefinición.

Los elementos que integran la muestra artística-tecnológica, son organismos tan diferenciados como recíprocos a lo humano, en estrecho diálogo con lo incierto y lo posible. La noción de complejidad, generalmente redunda en la idea sobre lo humano: La sombra, la ignota condición humana, incluso una alusión a la espiritualidad, se bifurca para abrir interrogantes respecto al modo autónomo de lo existente, sea máquina o materia orgánica. Encarnar el tiempo como mundos propios, sesgados y mimetizados, en una re-presentación fragmentada de los procesos humanos y contemplando la –supuesta- perversión a las leyes de lo natural, inherente e inalienable; en un libre juego de las facultades que atenta contra el orden del deber ser y la jerarquización de las cosas: El hombre y el objeto recontextualizados, abren una puerta a la cavilación respecto a la mecanización y autonomía; dejan a un lado las limitaciones sobre el adentro y el afuera, como si se tratara de una referencia cruzada, en la cual, lo uno es el todo y, a su vez, es una parte de lo otro, pero tan pleno en sí o por sí mismo. Aún cuando no se hiciera explícita la referencia al cuerpo o síntesis humana, el objeto, la pieza, la obra sublima lo cotidiano al mismo tiempo que, estructural y simbólicamente, lo implica, en el urdimbre de relación de las cosas, lo contingente, las artes, etc.

Un factor imprescindible para alcanzar y mantenernos en el orden de lo civilizado es, sin duda alguna, la memoria: Tiene implicación con las funciones fisiológicas, el sistema nervioso, en una imbricación irreductible de mediaciones, que comprende lo que se escapa a la vista y, como en el conocido poema de Alejandra Pizarnik: “lo que pasa con el alma es que no se ve / lo que pasa con la mente es que no se ve / lo que pasa con el espíritu es que no se ve…” La memoria es un modo de fundamentación del orden social, sin embargo, en el urdimbre del ser humano, de los afectos, las mezquindades, el ego, lo falible, etc., tiende a generar una acumulación de imágenes, sensaciones, momentos… resguardados en la duración –humana- y a las que nos aferramos; se generan expectativas e ilusiones; en los objetos se proyecta, se representa el modo de ser de la gente y lo que acontece en ellos, en determinado momento. Es hábito, es costumbre, es parte del miedo a la novedad o la libertad. El objeto, materia y su internalización es un referente temporal-espacial para la (re)configuración del mundo y la posibilidad de replegarse en ese instante o fragmento terrenal, conferir un grado de satisfacción y seguridad, desvaneciendo una diferenciación entre lo interno y lo externo, incluso entre lo nuevo y lo conocido, motivo por el cual es confinado a los horizontes de la mismidad. El hombre y el objeto recontextualizados, abren una puerta a la cavilación respecto a la mecanización y autonomía.

Michael Landy explora el sentido de la materia y su influencia en el ser humano, tanto como parte esencial, y el ser proclives a generar dependencias, el deseo/anhelo de ‘más’. Esta obra fue presentada por medio de la transmisión de un breve documental sobre la destrucción de las cosas, igualmente jerarquizada por necesidades, etiquetas, etc. Inmerso en el mundo industrializado, Landy ha hecho testigo y cómplice al espectador con su obra in situ Break down, la cual concierne a la anulación, desaparición o el eraser de objetos "personales" como parte integral de lo que constituye la historicidad humana; la destrucción es semejante al proceso de producción industrializado; un cuidadoso y minucioso trabajo de deconstrucción. La materia refrenda el espacio y sentido de lo vital; está intrínsecamente asumido, en un estado de conciencia que encuentra un lugar en el mundo tanto físico como simbólicamente.

De los objetos que más curiosidad suscitaron, eran robots en pequeño formato. Algunos de ellos emulan el trabajo de recolección de desechos materiales (basura): Es territorio para disertar sobre la mecanización, lo útil, lo no-útil, y el para quién; un mundo factible de ser reiteración del deber, la alteridad material y gnoseológica, así como las distintas posibilidades de fuente de energía para dar vida a estos objetos.

Algunas obras, como la primera, están cargadas con un sentido poético, en su estética de la era tecnológica que parece (re)crear lo imposible. Portento de la modernidad, al mismo tiempo expresa un modo de fragilidad, al ser contemplada; la vulnerabilidad ante la presencia de lo otroUlf Rollof: proyecto axolotl, en donde la máquina es puente para la elaboración de medios que intentan comunicar al ser humano con otras especies

En Petit Mal podemos ver obras de diversos artistas con distintas nacionalidades: Rubén Ortiz Torres (México), Chico Macmurtrie (Nuevo México), Gilberto Esparza (México), Diego Gutiérrez (México), Eduardo Meléndez (México), Gustavo Artigas (México), Alex Dorfsman (México), Ge Jin (China), Michael Landy (Londres), Simon Penny (Australia), Heidi Kumao (E.U.) y Francis Alÿs (Bélgica).


El Museo Universitario Arte Contemporáneo es la única institución pública en México que en la actualidad alberga arte contemporáneo nacional e internacional y concebido con ese propósito. Transitar al interior del museo, como apreciarlo desde afuera constituye un goce estético que violenta el espacio, desborda al ser, y franquea las fronteras de lo certero, lo supuestamente individual y diferenciado.




Edna Edith León


Reproducción del texto original en http://www.arts-history.mx/semanario/index.php?id_nota=20062009163159